Un ejemplo de cine
Se llama Álvaro y tiene solo 5 años. Va a dedicar una parte de su tarde a construir un castillo con materiales que encuentra por casa. Busca una sábana grande y algo que sirva para mantenerla erguida. Así conseguirá formar la silueta del castillo. A cualquier castillo que se precie no pueden faltarle unas torres laterales que ha decidió edificar con papel de aluminio. Quién sabe cómo las sostendrá. Se le oye hablar desde cualquier punto de la casa pero no se dirige a nadie, está solo en su habitación.
¿Por qué lo hace entonces? Lo cierto es que tiene una guía a la hora de construir su reino de fantasía: él mismo. Mientras habla, duda, se enfada, se da instrucciones, opina sobre sus actos, destruye el castillo y lo vuelve a construir a la vez que narra todo el proceso.
Quien haya observado el juego de un niño de esta edad, ha sido testigo privilegiado del inicio de la relación verbal de un ser humano consigo mismo. Poco a poco, Álvaro también pensará usando palabras, se hablará de ese modo también, sin que nadie se dé cuenta de que lo está haciendo. Comienza una relación que durará para siempre aunque no sea consciente de ello. Una relación con sus luces y sombras, como cualquier otra.
Y es que la forma de hablarnos, las palabras que elegimos para describir cómo somos y cómo es nuestra relación con el mundo nos determina. ¿Se llamará tonto Álvaro cuando cometa un error? ¿”Qué bien lo he hecho” será una frase que se repetirá cuando alcance algún logro? ¿” Vaya desastre soy” es una generalización que hará de cómo se comporta a su forma de ser?
Estas preguntas son importantes, porque lo que Álvaro no sabe todavía es que hablarse a sí mismo, de una manera o de otra, le va a influir profundamente. Lo que desconoce es que las palabras que usa ya están relacionadas con emociones. Que llamarse estúpido o guapo influye en su estado de ánimo y esa elección irá construyendo su identidad. Su forma de pensar y hablarse muestra cómo se valora, determinando su nivel de autoestima. Es un proceso cambiante por el que pasamos y permanecemos todos a lo largo de la vida.
De construirse a uno mismo a través del lenguaje y el pensamiento versa este fragmento de ‘Angel-A’ una película del director francés Luc Besson. Del poder de las palabras. En este film una mujer, Ángela, amiga del protagonista, le sirve de guía para descubrirse a sí mismo y su relación con el reflejo que hay en el espejo y que no es otro que él mismo. Gracias a ella descubrirá cómo se habla, qué piensa de él y, también, lo que no se atreve a decirse.
Al principio, solo se verá como a alguien a quién denostar y rechazar pero, poco a poco, esa relación se irá transformando gracias a lo que también ella ve en él. Al final, nos construimos siempre junto a otro que nos ayuda a descubrirnos. Sea un amigo, un familiar o un psicólogo… o incluso uno mismo.
Esperamos que lo disfrutéis.
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Me ha encantado, generalmente somos más duros con nosotros mismos de lo que lo son los demás, pararse y averiguar que nos decimos a nosotros mismos ante diferentes circunstancias es un buen retrato de como nos vemos. Mil gracias.
Entonces hay que distinguir entre la historia que narra la película y las implicaciones psicológicas de la misma, entiendo.
❤️❤️❤️
Completamente de acuerdo con Xarla
Bueno, también hay que reconocer que André, el protagonista, tiene un punto de justificación en su crispada autoestima...